ejercicio de frivolidad doblemente gráfico-articulado
Texto y dibujo(s) por Alfonso Pérez López
Para anthokosmos
“Me hubiera gustado ser ladrón, es una filosofía ecléctica.“
Théophile Gautier, Les Jeunes-France

En febrero nuestra querida anthokosmos estuvo en Madrid y tuvimos la oportunidad de visitar una exposición dedicada a Kandinsky; un poco de todo, un poco de siempre: sin duda una de las jornadas más interesantes del año (sin excluir el café-tertulia de la noche anterior, que de toda la vida una jornada ha tenido veinticuatro horas).
Una excusa.
Para reflexionar sobre aspectos de la naturaleza ambigua de un término tan trasnochado como indispensable (de puro obstinado): Expresionismo.
Y estamos aquí porque creemos (como todo el mundo) que es Kandinsky quien desencadenó, acaso sin pretenderlo (acaso lo supiéramos), la más fecunda eclosión de corrientes y obras dentro de un estilo que ha terminado por convertirse en todo un mundo y que, dicen algunos que, de siempre, fue una de las dos formas de entender el arte, que también son ganas (a vueltas con Grünewald, con El Greco y con lo que nos echen).
Y nos salpica en cuanto dibuj-antes, y en cuanto dibuj-ahoras, porque no es sino a través de la sacudida informalista que estamos aquí, previamente empaquetada para la docencia, auspiciada por el irresistible (a ver si no) influjo de colonización cultural que, por primera vez en sentido levógiro (vamos, que venía en la letra pequeña del Plan Marshall), se extendió como una mancha de aceite por el hemisferio norte, dejándonos una pléyade de magníficos pintores que poblaron desde entonces paredes, muros o suelos (Pollock) de extrañas e insólitas obras, en el que quizá fuese el canto de cisne del arte moderno (la cosa está ya muy pastosa…).
Y aun siendo Kandinsky quien nos ha traído aquí (a todos), no es sino a través de él que aprovecharemos para zarpar hacia el expresionismo, el bueno, el abstracto (si hablamos de Bacon o de Kiefer será porque nos convenga), para después atravesar los peligrosos lodazales de la metafísica, la cual, a nuestro juicio, nos permitirá acercarnos, siquiera de soslayo (o al menos alejarnos del psicologismo), al problema central en el que, en realidad, estamos pensando: ¿qué hacemos aquí dibujando como locos?… sí, como hacen los locos… como dirían que hacen los locos… o como decían que hacían los locos, porque, hoy, ya casi toda la peña semiculta dibuja así, y, aunque sólo sea por mainstream, la ocasión merece salpimentarse con un poco de crítica.

Intentaremos por lo tanto en este escrito (no vamos a ser tan pedantes como para llamarlo texto) redactado a vuelapluma (nosotros queríamos un post, no un paper), a través de esta experiencia con la obra de Kandinsky acercarnos a cuestiones centrales en torno a lo que el dibujo (informalístico modo) puede ofrecernos como vago modo de comunicación una vez despojado de la misión figurativa, y más allá de la representación, como arte autónomo (que ya era hora) más allá de su papel de código (indispensable para otros muchos menesteres que gracias a dios están a salvo del prurito estético, no nos pongamos fundamentalistas) o de vasariana herramienta universal para moverse por la república de las artes.
¿Qué son esos/nuestros gestos, trazos… rastros, creo que los llaman también? ¿Qué nos ha quedado cuando se fueron los prejuicios, cuando cayeron las antiguas metafísicas de la forma?
Podríamos decir que no tanto como quisiéramos, podríamos decir que bastante más de lo que pensamos; pero también decía Skinner que la educación es aquello que nos queda cuando todo lo aprendido se ha olvidado; algo nos quedará, por lo tanto, de todo esto. La ambigüedad con ambigüedad se paga, y por eso esta manera de manchar papeles, genial por lo ambigua, puede dar lugar a muy diversas interpretaciones.

Pero,
la primera en la frente, vamos a por Kandinsky: Read More